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Su vida era la robótica. Estaba atormentado por los piezoeléctricos. Tenía rutinas con texturas autómatas. Con 65 años cumplidos y allanado por una inusual sinceridad, Michael Anderson se preguntó cierta mañana frente al espejo: ¿Dónde te vez de aquí a 10 años? Estaba asaltado por una crisis financiera. Tenía mucho dinero, ánimos para ponerlo a trabajar, pero no sabía en qué.

En la primavera alimentaba a las palomas de la plaza mayor. El rito era todos los días a las 5:00 de la tarde. En las mañanas, a las 10:00, caminaba por el botánico para ver cuáles capullos habían florecido. Bebía cervezas en el pub más popular. Todos los jueves en ladies night se bañaba en el bullicio y respiraba las feromonas.

Su soledad no era gris a pesar de su alma robótica. Junto a él se sentaban las damas. Gritaban, chocaban los shooters, desparramaban sonrisas. Era el lugar perfecto donde los últimos 5 años testeó su invisibilidad. Nadie se interesaba en él. Ni siquiera el barman lo consideraba un peligro. Llegaba a las 8:00pm y se iba a las 10:00 de la noche, justo cuando los racimos de amor caían embriagados rumbo a las buhardillas.

Robótica y la invisibilidad

A los 55 años Michael Anderson se jubiló como maestro de escuela primaria. Era profesor de Ciencias y más de un niño lloró frente a él con la investigación en las manos. Estaba harto de los volcanes de hielo seco, de las “pimientas que huyen” y de los jabones de glicerina. Anderson deseó con devoción que a su aula llegará un verdadero cerebro, dotado de ingenio, con luz tecnológica. Alguien que al menos supiera de los piezoeléctricos o de sus más remotos antepasados.

Nunca pasó. La constante eran los niños llorones y las reuniones con los padres. Todos pasaron con la nota mínima, menos la niña Ábaca Rasmsha. La pequeña de 11 años sorprendió al viejo Anderson en la víspera de su jubilación. No habló de robótica, pero lo iluminó con su exposición.

Robótica - Artech Digital

El profesor de Ciencias caminó sonriente por lo que fue su último circuito de la “feria científica”. En el último cubículo estaba ella. Ábaca se mostró cubierta por un inmenso pliego de papel celofán transparente. Verla erguida con sus ojos color miel y una espléndida sonrisa lo llenó de entusiasmo.

El set de presentación relucía con las frases alucinantes y perturbadoras: “Quantum Stealth”… “Hyperstealth Biotechnology Corp”… “infrarrojo ultravioleta”… “Instituto de Física de Reino Unido”… “Medalla Newton”… “John Pendry”… “Imperial College de Londres”… “Universidad de Duke”… “revista Science”…

La retórica de Ábaca Rasmsha sobre el manto de invisibilidad fue tan hermosa, que Anderson quedó en shock. Él sabía que estaba en presencia de un común trozo de papel, pero nadie había expuesto con tanta precisión un tema científico. Con lágrimas en los ojos le puso “un sobresaliente” a la niña y se jubiló lleno de esperanzas. La invisibilidad sería su negocio.

The Sweeper – private eye

Michael Anderson en el 2010 compró asesorado por un amigo de tertulias científicas un mil dólares en bitcoins. Con el tiempo llegó la wallet. Después vino la caída. Y con el paso de los días olvidó que tenía 2 mil 564 criptos guardadas.

Tras los meses luctuosos del retiro y desorientación, Anderson recordó al británico H.G Wells y su obra  “El hombre invisible”. Todo llegó a su mente cuando leía un reportaje de la Revista Science escrito por el periodista Robert F. Service. “Los cristales transparentes que producen energía podrían crear robots invisibles, pantallas táctiles con energía propia”… Ese era el título del material sobre robótica.

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El profesor jubilado ya había adelantado como proyecto para la vejez, abrir una oficina para hacer de detective privado. Las ventajas que da ser un hombre viejo ya habían calculado los porcentajes de su invisibilidad. Si a la invisibilidad de la vejez se le suma, una escoba, un bote de basura con ruedas, palas, bolsas, escobas y rastrillos, se tiene el disfraz perfecto. Allí nació “The Sweeper – private eye”, el negocio que como detective privado emprendió en profesor Anderson.

Sin embargo él sabía que necesitaba hacer algo disruptivo, más allá de los mini drones, las microcámaras, y los servicios de un hacker de confianza. “The Sweeper” necesitaba valor agregado.

Los piezoeléctricos y la robótica

Los robots ganarán mayor grado de invisibilidad a las de un viejo cuando sean elaborados con materiales piezoeléctricos. Los piezoeléctricos están hechos de una miríada de diminutos cristales o de cristales individuales de una variedad de materiales. Pueden ser creados a partir de cerámicas, polímeros, pero la revolución en translucidez la logró el titanato de plomo (PMN-PT).

En estos materiales una mezcla de átomos se organiza en una unidad cristalina simple que se repite infinitamente. Dentro de cada uno de estos bloques de construcción, los átomos están dispuestos en un llamado dipolo eléctrico, con más cargas positivas en un lado y más cargas negativas en el otro. Al electrificarlos con Corriente Alterna logran tal cristalinidad que los vuelve transparentes.

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El profesor Anderson estaba admirado por el conocimiento que la robótica y sus materiales han desarrollado. Al terminar de leer el artículo científico su vida se sintió renovada. Se sentó frente al ordenador para buscar contactar al equipo de investigadores de la Universidad de Pensilvania.

El viejo maestro habló con Long-Qing Chen, líder del experimento para elaborar piezoeléctricos que también está ligado a la Universidad Xi’an Jiaotong. Preguntó sobre la viabilidad de elaborar con el material traslucido, vajillas, papeleras, portarretratos, floreros, espejos, marcos para cuadros y cualquier objeto común siempre presente en los habitáculos humanos.

Anderson se veía minando las escenas de trabajo de dispositivos de espionaje camuflados con la apariencia de un artículo común, pero que albergaran dispositivos para la recolección de datos y capacidad de movilidad.

Long-Qing Chen dijo que si era posible hacer realidad la solicitud de Anderson.

La siguiente pregunta del viejo maestro de ciencias fue: ¿Aceptan criptomonedas?