Kazuma Kiryu, un joven con sangre yakuza, trazó los méritos necesarios para que el sindicato le autorizara rentar un salón en el barrio Shinjuku Ni-chōme de Tokio con la intención de entrar en el negocio del placer femenino haciendo uso de iotas.
La tarde en que el oyabun recibió al pequeño empresario en sus oficinas de Kabukichō; un grupo de turistas franceses que obstruían el paso al edificio fueron amablemente instruidos a desalojar la vereda por los wakashu, quienes con severidad gestual abrieron paso al cabeza del clan.
Goro Gan, un oyabun respetado por tener al majime en su ADN, llegó al recinto donde ya esperaba el audaz empresario; quien había interesado al bienquisto con un shinogi que podría dejar buenos dividendos en el negocio del placer.
Un sobrio saludo a la distancia terminó en un ademán que armó la mesa de diálogo. El vapor del té trepaba por el haz de luz de la lámpara y la habitación de tonos níveos sirvió de foro para aclarar lo que de entrada sonó como una contradicción.
-¿Muñecos sexuales para mujeres?
-Sí señor, respondió firme el emprendedor.
Sexo con máquinas
Con la espalda recta, las palmas de las manos sobre la mesa y una mirada respetuosa, Kazuma Kiryu explicó al oyabun que en su recinto solo acordaría citas para mujeres que desearan intercambiar una experiencia con un “sex doll”, una figura androide que simula con extraordinaria fidelidad a un hombre, pero con ventajas tecnológicas que se podían mercadear.
Japón es sede de la reputada ensambladora “Oriental Insdustry”, una empresa que ha incursionado con éxito notorio en la fabricación de androides con piezas robóticas de emulación musculo-esquelética, y más allá, es poseedora de la formulación de un látex con tono, brillo y textura que se asemeja en sumo grado a la piel de un humano.
Los ojos del oyabun comenzaron a tornarse transparentes. Kiryu entendió en segundos que estaba a punto de perder su atención. Hasta ese instante no le estaba diciendo nada nuevo. Hayate, el dueño de un bar en la calle Naka-Dōri, tenía años cobrando a las señoras por alquilarles “muñecos desinfectados” y hasta los ofrecía sin costo por media hora si las señoras consumían más de 1.000 yenes en tragos.
¡Rippana bosu! La expresión en un acerado japonés rescató la conversación.
-Respetable oyabun, ¿usted sabe qué son las iotas?
El anillo inteligente
Era un momento decisivo. No podía arriesgarse a perder la atención del oyabun otra vez. Kiryu colocó sobre la mesa un himitsu-bako con el que llamó la atención del Señor de negocios. Lo deslizó hasta ponerlo al alcance de la mano del hombre fuerte. “En la caja hay un anillo que las señoras deben colocar en la base del falo robótico”, dijo con tono marcial.
“Una vez en su lugar, el aro encenderá toda la arquitectura del androide que será manejada por la ‘tenedora’ a través de una interfaz que entiende las respuestas del piso pélvico femenino”.
Con ánimo pedagógico, el emprendedor acercó al retablo de pláticas un objeto cúbico que estaba cubierto por un manto de satén negro. Lo descubrió para mostrar un modelo que ayudaba a describir la complejidad del piso pelviano de la mujer.
“El añillo se conecta por bluetooth al ‘mástil’ y de forma colaborativa motoriza 20 piezas enhebradas a una arteria dorsal. El falo responde de forma simpática a torsiones, acoplamientos y volumetría que cambian en nano segundos de acuerdo a requerimientos que de forma sináptica ordena el gran tejido nervioso que envuelve el sistema muscular del suelo pelviano”.
Las damas poco tienen que hacer, la interfaz transformará al “juguete”; adecuándolo a dimensiones y turgencias que explorarán los más diminutos estímulos nerviosos para transformarlos en el justo y preciso toque que desean recibir.
-¿Y usted ha dado en prenda sus androides a algunas damas en calidad de prueba?
-¡Hai!
-¿Cuénteme, cuál ha sido el desenlace?
-Algunas se han desvanecido, respetable oyabun
Pagar sin vacilaciones
Kazuma Kiryu bajó la mirada y se acercó al espacio del Señor y le entregó un iPad; que tenía en pausa el video de una sesión que a manera de test grabó sin advertir a la tenedora.
Un encuentro para un coito cibernético involucra tres niveles de diálogo que se dan de forma simultánea. El anillo inteligente almacena un motor neural de 64 bits; unido a un CPU de 6 núcleos y a un GPU de 4 núcleos más.
Primer diálogo.
El primer diálogo mapea las 8 mil terminaciones nerviosas del clítoris y avanza rastreando puntos de electro estimulación en forma simultánea de los nervios pudendo, pélvico, hipogástrico y vago. Con estas lecturas el “joy” generará en las damas placenteros destellos de luz y color durante el orgasmo. Incluso, algunas usuarias, han descrito experiencias extra corporales y fuertes estremecimientos.
Segundo diálogo.
La segunda lectura traduce las demandas de los impulsos que se generan en el cérvix, punto A, punto U, punto G y los sistemas de presión. Los datos son transformados en movimientos donde veinte piezas de manera adaptativa responden a fórmulas físicas, que permiten que una ecuación responda a exigencias de espacio, roce y torsión, que se combinan para provocar “placenteros” cambios modales en la arquitectura del falo robótico.
En el tercer diálogo es donde se hace el dinero.
La suma de las exigencias que el mapeo central lista en órdenes de pares, los cambios y adaptaciones que proporcionan respuestas ergonómicas, los barridos, la presión, la aceleración, la fricción que genera un patrón de uso, son transformados en datos por el anillo inteligente que los envía al motor neural y los transforma en iotas que son debitadas de las cuentas de las “tenedoras”, quienes no se preocupan por la inversión y dejan que la Internet de las cosas se ocupe de la sumatoria.
Al terminar la exposición, el veterano hombre de negocios había dejado escapar un ligero gesto de satisfacción.
Tuvo para el emprendedor una última pregunta antes de autorizarlo a realizar el negocio:
-¿El motor neuronal detecta el momento del orgasmo?
-¡Hai!, respondió Kiryu.
-Mi Señor, el orgasmo está definido como ciclos repetidos de contracción–relajación de los músculos que constituyen el piso pelviano. Nuestro falo robótico detecta a través de un mapeo todo el enjambre de estímulos y respuestas que modulan los músculos pubococcígeos.
-¿No hay manera de engañar al androide?
-¡ Īe, oyabun¡